El Tiempo

28.04.2013 22:32

 

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La Unión Soviética implosionó como resultado de una triple crisis, la de su economía, la de su régimen político y la de su imperio multinacional. El sistema económico, centrado en gigantescos e improductivos proyectos, desconectados de la investigación científica y de la adopción rápida de innovaciones tecnológicas, había perdido la capacidad de autoreformarse. Dicho sistema no respondía de manera eficaz a las crecientes y cada vez más diversas demandas del consumo urbano. A su vez, no podía asegurar, a la mayoría, las promesas de bienestar con las que el régimen había reencauchado su legitimidad en los años 60 del siglo XX.

El régimen político soviético había sido creado cuando el grueso de la población era campesina. En aquel entonces, las élites revolucionarias impusieron su férreo control del estado y coparon todos los espacios políticos. En los años 70 y 80, la opinión pública urbana no tuvo canales legales para la expresión de la diversidad de intereses, en un imperio compuesto por decenas de nacionalidades. La dictadura comunista era considerada ilegitima por muchas de las naciones y pueblos que conformaban la URSS. Al tiempo, la generación más educada de toda la historia de la Unión Soviética, era controlada por un grupúsculo de decrépitos ancianos, cuyos méritos y legitimidad para gobernar se redujo dramáticamente, ya que la experiencia para gobernar una nación de campesinos, se volvió obsoleta para dirigir un país con una creciente clase media.

Los detonantes

Hacia el final del siglo XX crecieron las tensiones con las naciones del Báltico, Estonia, Letonia y Lituania, las musulmanas del Asia Central o los cristianos del Cáucaso como los armenios y los georgianos. El soft power de Moscú, su capacidad para seducir a los pueblos con más autoconciencia nacional era prácticamente inexistente. Muchas de las élites en las naciones del imperio poseedoras de alguna riqueza, educación o situación estratégica como en el Báltico, petróleo como en Kazajistán o Azerbaiyán, antiguas tradiciones culturales como en Armenia o Georgia,empezaron a considerar un mejor negocio la independencia de la URSS que su sometimiento a las élites de Moscú.

Todas estas tensiones se agravaron por la precariedad de la preparación de la élite gobernante. La desastrosa invasión a Afganistán demostró que la URSS seguía apelando a exportar su poder a través de tanques y no mediante el intercambio comercial, la transferencia de tecnología o el soft power de la cultura.

Dentro del imperio, sus dirigentes ya no apelaban ni a la cooptación de los inconformes ni al reformismo. Años de dictadura habían dejado a la élite sin el más mínimo entrenamiento para el debate político. La existencia de un partido único, que llevaba años sin autoreformarse, privó a la clase dirigente de experiencias y mecanismos para comprender a las corrientes de opinión, de capacidad para seducir a una parte de ella y, también para maniobrar frente a los opositores. (El Tiempo)