La Prensa

28.04.2013 22:33

 

La Prensa

 El 21 de diciembre de 1991 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) dejó de existir formalmente; 11 de las 12 repúblicas que quedaban, entre ellas Armenia, Azerbaiyán, Kazajstán, Kirguizistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán acordaron crear la llamada Comunidad de Estados Independientes; Gorbachov dimitió el 25 de diciembre y el día siguiente el Parlamento Soviético proclamó la disolución de la URSS.

Hoy, a 20 años de haberse dado este hecho histórico, hay que recordar que al asumir el poder Mijail Gorbachov en 1985, el gigante soviético venía de disfrutar una década de estabilidad política bajo el gobierno de tres dignatarios que según los informes médicos, carecían de salud física y mental para ostentar tal cargo; en el momento de su muerte en 1982 Leonid Brezhnev apenas podía tomar decisiones políticas; su sucesor Yuri Andropov se encontraba físicamente incapacitado, desapareciendo de la escena en 1983; lo sucedió durante un año Konstantin Chernenko que sufría efisema y apenas podía pronunciar sus discursos; entonces el Politburó (Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista de la URSS) escogió a Gorbachov, por ser partidario de una línea blanda ante su homólogo norteamericano Ronald Reagan.

Gorbachov influyó en un hecho decisivo para la historia de Rusia y Europa; su apertura a reformas económicas y a cambios políticos le llevaron a construir la Perestroika de la economía soviética que llevaría una aceleración de crecimiento económico, propició una mayor transparencia (Glasnost) como un medio de movilizar a una sociedad estancada; de igual suerte impulsó la democratización de la sociedad soviética, pudiendo describirse como la liberalización más que democratización.

 
Transformó al sistema soviético en algo de esencia totalmente diferente, dando a la libertad de expresión y de publicación un énfasis no visto en un siglo; fue una revolución desde arriba, aunque en sus aspectos más radicales sólo contaba con el apoyo de una minoría de la dirección del partido; había pasado de reformador en ciernes del sistema soviético a dirigente que reconocía la necesidad de sustituir el unipartidismo de autoridad por un pluralismo político, en el cual las elecciones irían produciendo un sistema de partidos en donde hubiera una real competencia e incentivando la economía de mercado para dar paso a una propiedad mixta, pero Gorbachov era más partidario de la evolución que de la revolución. El sistema soviético se polarizó y se vio rebasado por un radical como Boris Yeltsin, jefe comunista local, que fue apoyado para presionar junto con los defensores del sistema soviético en los aparatos del partido y del Estado en donde destacó la KGB.

La historia ha calificado como extraordinariamente difícil la transición soviética y rusa al transformar simultáneamente los sistemas político y económico; las posturas internacionales influyeron para que el retroceso no se diera a pesar de los desencuentros y descontentos de los militares y enraizados jefes políticos que vieron afectados sus intereses; pero más allá de los fracasos y errores, lo que se alcanzó entre los años 80 y 90 en lo relativo a la libertad es incuestionable; no obstante, ha sido tan dolorosa la experiencia en materia de pobreza e inseguridad, que hasta hace 10 años la libertad para los rusos estaba al último en la escala de valores; llegó la nostalgia por la seguridad y lo predecible de lo que pasaba en la ex URSS.

La Guerra Fría, hoy inexistente, ha hecho que muchas de las rivalidades con Estados Unidos se desvanezcan y que la prioridad sea tener los alimentos básicos indispensables para la alimentación de sus habitantes y los servicios sociales que les permitan ser viables como nación; dejaron de ser una superpotencia para quedar sólo en potencia, difícil ajuste psicológico para una nación que había sido desde 1922 un emporio militar, territorial y económico. (La Prensa)