El Diario de Hoy

28.04.2013 22:34

 

El Diario de Hoy

El día de Navidad de mil novecientos noventa y uno, hace veinte años, Mikhail Gorbachov, entonces primer ministro, declaró disuelta la Unión Soviética, con lo que puso fin a uno de los más oprobiosos capítulos de la Historia. La URSS fue un "experimento social" de esclavitud masiva, genocidios y demencia pública. El horror que inició cuando Lenín derrocó al régimen socialista de Kerensky, duró casi tres cuartos de siglo.

La entronización del comunismo en Rusia se hizo a un costo de cuarenta millones de muertos. A lo largo de esos años de horror se impusieron pogromos gigantescos de pueblos a los que se forzaba a abandonar sus tierras ancestrales para asentarse donde no dieran problema, el montaje de una red de campos de concentración, el gulag, descrito por Solzhenitsyn, donde millones de personas fueron encarceladas en las más espantosas condiciones, la implacable persecución de toda disidencia. En la URSS las manifestaciones literarias, artísticas, políticas, culturales, ideológicas y religiosas que no encajaran con la doctrina oficial, eran aplastadas.

La Unión Soviética y todo el bloque comunista del Este europeo se derrumbaron, casi de un día para otro, como más tarde iba a suceder en China continental, en Vietnam, en Laos y en Camboya, país este último, donde los jemeres rojos exterminaron a la tercera parte de la población para "purificar la sociedad y luego construir la sociedad ideal, sin clases".

La caída del "Bloque Socialista de Naciones" no fue causada tanto por la calamidad económica o por la sobre expansión de su presencia militar (la pita se fue alargando hasta reventar) cuanto por el deterioro institucional, social y humano. El régimen, como el de Corea del Norte, el de Cuba y, en una medida, el chavista, fue carcomido desde dentro por su amoralidad, su vileza, el cinismo llevado a sus más enajenantes excesos, la corrupción en todas las manifestaciones de la vida pública, la falta absoluta de espíritu e intelecto.

En posesión de la verdad suprema

Los extremos de despotismo, obsesión asesina, de intolerancia, son consecuencia de creer que se está en posesión de la verdad absoluta, que se tiene una misión incontestable para regir los destinos de pueblos enteros, para imponer a sangre y fuego la doctrina recibida de los dioses.

La torcida interpretación de textos religiosos –-sean bíblicos, del Corán, del Talmud o hasta los escritos de Confucio y lo que la tradición atribuye a Buda o de una tesis como la expuesta por Marx--, puede llevar a abusos de poder rayanos en la locura. Blasfemo, revisionista, contrarrevolucionario, vendido, son cargos terribles que se castigan con frecuencia con la cárcel a perpetuidad o la muerte. Entre los musulmanes, un creyente puede matar a otro en el acto por proferir un insulto contra el Profeta; en Cuba, una frase puede llevar a una condena a veinte años.

Los miembros de estas sectas, sean marxistas, talibanes o creyentes de charlatanes, han recibido de mano de los dioses (divinos o terrenales) la verdad suprema, lo que les exime de esa irrenunciable responsabilidad de los hombres libres de pensar por cuenta propia. El corolario es que la contrapartida es la obligación de propagar la doctrina, de convencer o de aplastar al que se niega a ver la luz, pues ese individuo agitará y será un estorbo en medio de la sociedad de iluminados, de los ungidos. (El Diario de Hoy)